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LOS GURÚS DE LA ECONOMÍA COLABORATIVA TRIBUTAN JUNTOS 100.000 EUROS

Blablacar, Airbnb y Uber pagaron entre las tres 100.000 euros a Hacienda en Impuesto de Sociedades el pasado año.

Los creadores de la economía colaborativa acumulan millones de usuarios cada año a golpe de clic. Pero ni los viajes compartidos en Blablacar, ni los realizados con los chóferes de Uber, ni tampoco las noches de alquiler en Airbnb pasan por la ventanilla de Hacienda. Las últimas cuentas de resultados de 2016 disponibles en el Registro Mercantil reflejan cómo estas tres empresas pagaron conjuntamente poco más de 100.000 euros en Impuestos de Sociedades: 18.000 euros Blablacar55.211 Airbnb y 28.000 Uber.

La fórmula es cada vez más popular. Las matrices facturan la actividad real generada en España en países extranjeros donde no tienen, a priori, su sede de operaciones, pero sí una menor presión fiscal. Así, BlablacarAirbnb y Uber –al igual que tecnológicas como AmazonNetflix o Spotify– anotan viajes y alquileres en las cuentas en sus sociedades de FranciaIrlanda yHolanda, respectivamente, mientras que en España solo lo hacen los servicios de marketing y publicidad.

Blablacar3,5M de usuarios y 60.000 euros de beneficios

Blablacar es la más fiel a sus orígenes. La compañía fundada por FrédéricMazzella declaró en España 1,2 millones de euros de importe neto de cifra de negocio a través de su filial Comuto Iberia. Cantidad que quedó reducida a un saldo positivo de 60.700 euros de beneficio. Sin embargo, los viajes que a diario realizan los 3,5 millones de usuarios que la plataforma tiene en España abonaron el importe de su trayecto en el país vecino a través de la sociedad gala Comato S.A.

La cifra que la francesa genera en España se puede aproximar si se toman como referencia los 12.747 viajes anunciados en una semana (1.821 al día) únicamente en las diez rutas más frecuentes. Tras anotar la comisión media a los acompañantes (3’5 euros) en un viaje de dos plazas y con un precio mínimo de 17,25 euros, Blablacar ingresaría siete millones de euros en un año.

Blablacar alega que la legislación francesa le exime de presentar sus cuentas consolidadas

Blablacar afirma que no revela los resultados de su matriz porque la legislación en Francia no obliga a hacerlos públicos, al mismo tiempo que reconocen la envergadura de la comunidad. “Blablacar ha registrado un crecimiento exponencial, llegando en la actualidad a los 50 millones de usuarios en 22 países”, afirman.

Airbnb: 2,9M de facturación en plena burbuja del alquiler

Lo mismo sucede con Airbnb, que prefiere Irlanda. La plataforma líder en alquiler habitacional tenía al cierre del pasado año más de 180.000 viviendas anunciadas en España y hasta 5,4 millones de huéspedes registrados, pero declaró en España una facturación de 2,9 millones de euros y un beneficio de 136.700 euros.

Y es que a pesar de que Airbnb Marketing Services tiene su sede en Barcelona –ciudad en la que generó un impacto económico de 740 millones en 2015, según la plataforma–, las comisiones generadas por el negocio de alquiler a anfitriones y huéspedes se anotan en las cuentas Airbnb Ireland UC.

Los resultados globales también son una incógnita. La memoria de la cuenta de resultados de AirbnbMarketing Services explica que “la sociedad forma parte de un grupo, cuya entidad dominante es la Sociedad irlandesa Airbnb Holding LLC y de acuerdo con el contenido del artículo 42 del Código de Comercio, no está obligada a formular cuentas anuales consolidadas”.

De nuevo, quedan las proyecciones. Si todas las habitaciones anunciadas se alquilaron a un precio medio de 50 euros la noche, y esa misma operación se repitió un mínimo de 5 veces, el negocio de alquiler de habitaciones habría generado 450 millones de euros en 2016. Calculados los porcentajes mínimos que se retiene a quienes ofrecen habitación (3%) y a los que duermen en ella (5%-15%), la firma amasaría en España un negocio bruto de 36 millones de euros; 13,5 millones deducidos en comisiones a anfitriones a los que se sumarían 22,5 de los huéspedes.

Uber1,4M de facturación en un limbo de licencias VTC

Y queda Uber, que se decanta por HolandaUber Systems Spain SL reflejó ingresos por valor de 1,4 millones de euros en España, mientras que sus beneficios quedaron en 83.000 euros. En cambio, fue la sociedad que consolida resultados, Uber International Holding B.V.la que registró los viajes de los chóferes con licencia VTC. Esta sociedad está integrada en el grupo de empresas que encabeza Uber Technologies Inc., con domicilio social en San Francisco.

La estrategia fiscal calca a la de Blablacar y Airbnb, pero se diferencia precisamente de la de su principal competidor: Cabify. La enseña internacional de redes de transporte, con sede en Delaware, sí factura en España sus servicios de “arrendamiento de vehículos con conductor” y los de “prestación de servicios de transporte público discrecional de viajeros”, según aparece en el Registro Mercantil.

Calcular la facturación del negocio de Uber en España es más complicado. Por un lado, el número de licencias VTC repartidas por toda la geografía depende de ayuntamientos y comunidades autónomas, mientras que desde la firma no facilitan ni el dato de número de usuarios, ni tampoco el de operaciones cerradas durante un ejercicio. Además, Uber ha abierto ya otras líneas de negocio, como UberEats.

Hacienda sigue el rastro

Pero, ¿se pueden desviar los ingresos a terceros países? Desde Gestha, sindicato mayoritario de la Agencia Tributaria (AEAT) reniegan de esta práctica. De hecho, insisten en que “estas empresas son las que están en el punto de mira” del fisco, al igual que los usuarios que la utilizan. En tanto, reconocen que las inspecciones de Hacienda” llegan pasados los tres o cuatro años” del inicio de actividad.

En paralelo, la legislación en Europa sigue sin tapar este agujero. Desde 2016, la OCDE recetó las medidas necesarias en pro de una mayor “armonía fiscal”, pero “las tecnológicas siempre van un paso por delante”explica Basilio Ramírez, doctor en economía y asesor tributario internacional.

Hacienda tiene en el punto de mira a las ‘apps’ de la economía colaborativa

Ramírez desgrana los motivos por los que algunas empresas se abrazan a una jurisdicción u otra. “Si bien es cierto que Holanda sirve de plataforma para fijar empresas que luego son puentes con otras sociedades en paraísos fiscales, la tributación en Irlanda se caracteriza únicamente por su baja presión fiscal”, explica. Francia, en cambio, no juega en esa división, sino que tiene uno de los tipos más altos de Europa. El gravamen de sociedades del país vecino es del 38%, superior al tipo medio fijado en España (25%).

Hasta el momento los líos de la economía colaborativa han sido otros. Blablacar se enfrentó a Confebús después de ser acusada de competencia desleal, Uber frenó cuando el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad de Madrid (TSJCM) paralizó 80 licencias VTC por su conflicto con el sector del taxi, y la cruzada del Ayuntamiento de Barcelona contra Airbnb por los apartamentos que incumplen la ley de vivienda sigue latente.

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XERRRADA DEBAT, SMART CITY I CONTROL SOCIAL

DIJOUS 16 DE NOVEMBRE A LES 19 HORES AL CAP OCUPAT, CARRER QUEVEDO 13, GRACIA

Durant els dies 14, 15 i 16 de novembre es celebrarà al recinte de la Fira de Gran Via de Barcelona el “Smart City Expo WorldCongress” (SCEWC), aparador mundial de les noves tecnologies de dominació. Es tracta d’un esdeveniment més modest que el congrés dels mòbils (WMC) que es farà el més de febrer de l’any vinent, però dins del seu camp (els sensors, les càmeres, el soft de control) és igual d’important.
Aquest congrés cada any te una mica més de presència, aquest any es preveu que vindran 17.000 visitants de 700 ciutats i 120 països, parlaran 420 conferenciants i hi hauran 650 expositors (un 20% més que el 2016).
Entre les empreses que patrocinen el congres hi ha de tot, a tall d’exemple tenim CISCO, les constructores FCC i Ferrovial, el gegant de la telefonía xinesa Huawei, Master Card, Microsoft, Siemens, Suez (la principal controladora del cicle de l’aigua a Europa)… i algúns desaprensius més.
Aquest any es donarà un paper important (i un esdeveniment paral•lel) a la mobilitat “intel•ligent”, a la logística, al vehicle autònom… però també a la seguretat a les ciutats, la economia “circular”, la gestió de les dades, la governança…
Entre els ponents assistents destaca l’assessor de Banc Mundial, la OCDE i les NU, Robert Muggah, especialista en el “mapejat” i la predicció de la violència urbana, entre d’altres.
La dominació adopta diferents disfresses, Smart City, però també Internet de les Coses, tecnología mòbil, big data… economia circular, economía col•laborativa… formes que en realitat son el mateix. Articular una resposta, bastir una resistència efectiva, és el repta més gran.. i també el més urgent, per això necessitem debatre, parlar i trovar espais comuns.

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COMO UBER O AMAZON EXPLOTAN LA MISERIA AJENA PARA LEVANTAR SUS MONOPOLIOS

Aprovechándose de la indefensión de industrias ineficaces, los negocios de compañías como Amazon o Uber derivan en monopolios que se apropian de una parte sustancial de la riqueza. Comparten con otras corporaciones un afán desproporcionado de crecimiento y la práctica común de no devolverle a la sociedad casi nada de lo que le quitan. Estos son, según Douglas Rushkoff, los mayores problemas de la economía digital.

Una mañana de diciembre de 2013 un grupo de residentes de Mission District, un barrio de San Francisco, se paró delante del autobús de Google, el vehículo que transporta a los empleados hasta la sede de la compañía en Mountain View. El bloqueo era su forma de protesta contra la gentrificación del área: la presencia de los trabajadores del gigante tecnológico estaba haciendo aumentar el precio de los alquileres hasta tal punto que muchos antiguos residentes se veían obligados a abandonar sus hogares y muchos pequeños negocios a colgar el cartel de cerrado. Unas semanas después, las protestas subían el tono y los manifestantes llegaban a lanzar pedradas al autobús

Douglas rushkoff, escritor y profesor de cultura virtual en la Universidad de Nueva York, comienza su libro “throwing rocks to the google bus”   con esta anécdota que retrata cómo las grandes compañías tecnológicas están comenzando a parecerse demasiado a los antiguos imperios que extraían la riqueza de la sociedad hasta agotarla, en un perpetuo acto de crecimiento egoísta insostenible. “Estamos atrapados en la trampa del crecimiento”, afirma el autor.

Como ejemplo claro de ese acaparamiento interminable, Rushkoff apunta directamente a la creación de grandes monopolios que practican empresas como Amazon o Uber, que se aprovechan de la miseria de industrias poco eficientes para hacerse con todo el pastel y echarlos del negocio.

“¿Por qué eligió Uber a los taxis? ¿Porque quería quedarse en el negocio del taxi porque es una industria genial que le iba a permitir crear una compañía multimillonaria?”, se pregunta. “No, es porque los taxis son una industria ineficiente, terrible, de crecimiento lento y casi insostenible, lo que quiere decir que puedes tomar el control si tienes el capital suficiente”, se responde.

Para ilustrarlo, en su libro el experto cita una de las campañas de Uber en la que la compañía proclamaba que los precios de su aplicación “eran más baratos que los de un taxi en la ciudad de Nueva York”. Eso sí, solo por un tiempo limitado. “Es como si la compañía avisara de que su estrategia depredadora de precios solo es una medida temporal para echar a los taxis amarillos del negocio, de la misma forma que Walmart [una cadena de grandes almacenes] socava a los minoristas locales”, detalla.

Operando en un área gris en la que no tienen que pagar ni por licencias ni por determinados impuestos asociados al ejercicio de la actividad, según  Rushkoff,  Uber se aprovecha de gente desempleada o con algunas horas libres y, sin preocuparse por la competencia desleal, empeora aún más la situación de una ya de por sí frágil industria del taxi.

“No es simplemente una situación en la que la tecnología haga algo mejor y de forma más barata”, explica el experto. “ El poder de precios de Uber no es el resultado de magia digital, sino de la inmunidad de la compañía, que no tiene que pagar licencias, y de sus 3.300 millones de dólares [3.037 millones de euros] de financiación”. Gracias a estas circunstancias, Uber tiene dinero para fijar precios bajos y, borrada la competencia, ser el único superviviente en pie.

“Si estás conduciendo un coche para Uber, ¿qué es lo que estás haciendo realmente? Estás haciendo I+D para una compañía de vehículos robóticos que ni siquiera posees”, se lamenta. De hecho, Rushkoff cree que la humillación final la sufrirán los conductores ‘freelance’ de esta herramienta cuando sean sustituidos por los coches sin conductor que la compañía ya prueba en San Francisco. De esta forma, y si todo saliera según los planes de la vapuleada firma, la ‘app’ organizaría los trayectos de los vehículos robot incluso más fácilmente que los de aquellos conducidos por humanos. “Y a los accionistas les iría tan bien e incluso mejor en este futuro automatizado”, censura.

Sin embargo, Uber no es la única empresa que sigue este sistema, que consiste en atacar a industrias poco eficientes para hacerse con un monopolio destinado a expandirse perpetuamente. Netflix, que en un principio comenzó su negocio ofreciendo títulos en DVD, o Amazon, que se convirtió en imprescindible para la industria del libro, son según Rushkoff otros dos buenos ejemplos.

“Todo empezó de forma tan inocente”, explica el analista al cuando se refiere al gigante del comercio electrónico de Bezos. “Con Amazon todo el mundo estaba en las mismas condiciones, así que las editoriales más pequeñas podían competir con las más grandes”, explica. Sin embargo, con el paso de los años, la tienda virtual se convirtió en el centro del universo de las publicaciones y todos los jugadores tenían el mismo tamaño —diminuto— al compararlos con la plataforma. “Amazon fija los precios, los términos, las tecnologías, la protección frente a la posible copia, la privacidad de los lectores… Todo”.

“¿Y por qué eligieron esta industria? ¿Porque Bezos ama los libros?”, se pregunta una vez más. “No, porque era fácil tomar el control. No era para hacer dinero con libros, sino para conseguir un monopolio que pudiera llevar a otros”, defiende apasionadamente el teórico. Así, el monopolio de los libros fue solo el primero, y ahora Amazon ha saltado a otras industrias y trabaja para convertirse, poco a poco, en el centro de la venta de electrónica para el hogar, de comida, de música, de vídeos e incluso de ropa y zapatos.

“Amazon no es un nuevo tipo de compañía, sino un tipo de compañía muy antiguo. Emplea las plataformas digitales de la misma forma que las potencias coloniales explotaban sus rutas marítimas exclusivas hacia el Nuevo Mundo”, defiende Rushkoff. Así, la digitalización de las corporaciones permite explotar la riqueza de formas todavía más eficientes, pero empleando modelos que tienen cientos de años.

En su libro, el sexto que publica este teórico de la comunicación, Rushkoff reconoce que las tecnologías digitales han creado nuevas vías de crecimiento y que Apple, Google, Facebook, Amazon, Microsoft y muchos otros han supuesto nuevas oportunidades y una nueva generación de millonarios. Sin embargo, el resultado de sus prácticas monopolísticas y extractivas es un panorama con mucho menos potencial del crecimiento. “El pastel es más pequeño o, si sigue siendo del mismo tamaño, los negocios digitales han conseguido apropiarse de partes más grandes, haciendo todo más difícil para otros jugadores e incluso para sí mismos”, afirma.

El crecimiento desmesurado: el caso de Twitter

Más allá de las explotación de determinadas industrias, e incluso en el caso de las grandes empresas que crean sus fortunas a partir de nuevos productos, este teórico considera que el mayor problema de este sistema económico protagonizado por las grandes corporaciones es el afán desmedido de crecimiento. Según Rushkoff, las empresas deberían poder llegar a un tamaño apropiado para su actividad y mantenerse en él, e incluso reducirse si la situación cambia. Pero las corporaciones basan su éxito en un crecimiento constante en el que, además, no importan tanto los beneficios como el valor de las acciones —Snapchat o Amazon son dos buenos ejemplos—.

En este ecosistema, incluso los aparentes ganadores operan contrarreloj, con un tiempo y un dinero prestados. “Muchas compañías de internet no tienen beneficios, o al menos beneficios comparables a sus valores de mercado. Y solo se convierten en historias de éxito el día en que sus fundadores hacen su ‘exit’, es decir, el día que cambian sus acciones por algo más real como otra compañía o una cantidad ingente de dinero”, detalla el experto.

Como ejemplo, Twitter. Un supuesto caso de éxito que ahora sufre para conseguir rentabilizar su enorme masa de usuarios. “No es que Twitter no tenga éxito, lo que ocurre es que no es lo suficientemente exitoso para justificar todo el dinero que los inversores han inyectado”, defiende en su obra. “Había suficientes beneficios para que los trabajadores fueran felices, para que los usuarios tuvieran un servicio e incluso para que los inversores originales pudieran ser compensados de forma progresiva. Pero eso no es suficiente para satisfacer a unos accionistas que quieren lograr una cifra cien veces más alta que sus 20.000 millones de dólares iniciales [18.300 millones de euros]”, lamenta una vez más.

Sin embargo, para lograr ese objetivo, Twitter tendría que convertirse en una corporación más grande que la economía de algunas naciones. “¿No es eso mucho pedir para una ‘app’ que manda mensajes de 140 caracteres?”, reflexiona.

Aún así, Rushkoff no cree que todo esté perdido. Defiende que hay mejores formas de alcanzar prosperidad en el panorama de los negocios digitales. El primer paso, frenar el crecimiento desmedido: “Si podemos superar nuestra adicción al crecimiento, tendremos el potencial para avanzar hacia un sistema económico mucho más funcional e incluso compasivo que favorezca el flujo de dinero frente a la acumulación”, fantasea el autor, “y que recompense a la gente por crear valor en vez de extraerlo”.

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LOS TAXIS DE NUEVA YORK OFRECEN VIAJES COMPARTIDOS PARA HACER FRENTE A UBER

El precio de las licencias de taxi neoyorquino ha bajado de 890.000 a 213.000 euros.

Los míticos taxis amarillos se niega a desaparecer de las calles de Nueva York. La llegada de servicios como Uber y Lyft ha hecho que levantar la mano desde la acera para parar un taxi sea (casi) historia. Sin embargo, los taxis no están dispuestos a abandonar sus coches y se han aliado con otras dos empresas para recuperar a sus clientes.

En Nueva York, la industria del taxi está muy regulada y, desde hace tres años, el número de taxis amarillos se ha mantenido constante. No obstante, el número de afiliados a empresas hide-railing (reserva de coches con chófer a través de app) se ha disparado, de 28.781 en 2016 a casi 50.000 en 2017, según Quartz.

Esta situación ha influido en el precio del “medallón”, el distintivo que garantiza la licencia del taxi, que ha caído en picado. Cuando en el año 2013 era prácticamente imposible comprar un medallón por menos de 1 millón de dólares, a día de hoy se han vendido algunos por unos 240.000 dólares. Es decir, se ha pasado de pagar 890.000 euros a 213.000 euros en cinco años.

Sin embargo, a pesar de los malos datos que está registrando el sector, los taxis amarillos no se rinden y han decidido implantar un sistema de viajes compartidos. Via, un servicio de viajes compartidos que opera en Nueva York, se ha aliado con Verifone, empresa de tecnología para taxis, y con los taxis para ofrecer a los clientes un servicio compartido y más barato.

Los pasajeros podrán acceder a este servicio a través de las apps de Vía o Curb, la app de Verifone. Cualquier pasajero que coja un taxi pagará la tarifa normal y , en el momento en el que se suba otro pasajero, un 60%. No obstante, años atrás, los coches amarillos ya intentaron, sin mucho éxito, ofrecer el servicio compartido. Una práctica habitual en empresas privadas, como UberPool and Lyft Line.

Via tiene 800.000 usuarios y 15 millones de viajes completados desde 2013, según ha señalado la portavoz de la compañía, Gabrielle McCaig. “Definitivamente, los taxis amarillos están buscando formas de ser más competitivos ante empresas e-hile. Según las conversaciones que hemos tenido con los conductores, están abiertos a ello”, añade McCaig.

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LOS PRECARIOS DE LA NUEVA ECONOMÍA DIGITAL; CABIFY, DELIVEROO…

La revolución tecnológica ahonda las diferencias entre puestos cualificados bien pagados y un creciente número de trabajadores que prestan servicios cada vez en peores condiciones.

En el medio año que lleva en su actual trabajo, José Arcadio no ha visto ni una sola vez a su jefe. No sabe cómo se llama. Ni siquiera si es hombre o mujer. Solo recibe mensajes a través de una aplicación que le informa a dónde y cuándo debe ir. José Arcadio trabaja para la empresa de reparto de comida Deliveroo. O, más exactamente, aporta sus servicios como autónomo. Es, como él dice con sorna, “empresario” de su propio cuerpo.

Como él, más de 1.000 repartidores o, como la compañía prefiere llamarlos, riders prestan sus piernas para que una multitud de personas reciban en sus casas u oficinas comida recién salida del restaurante. Deliveroo es solo la punta de lanza de una revolución tecnológica que no deja de crear nuevos empleos, destruir otros y que, muy probablemente, acabará por modificar todos. “La economía digital va a erosionar bruscamente la relación tradicional entre empleado y empleador”, aseguraba en su número de este mes Finance & Development, la revista que edita el FMI.

José Arcadio —en realidad no se llama así: elige este nombre para guardar el anonimato a la hora de criticar a quien le da de comer— es una prueba de esta nueva realidad. Presta sus servicios todos los días a Deliveroo, pero no guarda ninguna relación con el gigante de la comida a domicilio: la bicicleta que se ha convertido en su compañera más fiel la aporta él; y si tiene algún accidente o avería, algo muy habitual en el sector, el problema es solo suyo. Incluso la caja con el logo de la empresa donde viaja la comida corre de su cuenta: desembolsó 60 euros en depósito por ella y un soporte para el móvil. “Es un negocio redondo. No es que minimicen los costes: es que no tienen ninguno”, asegura en una terraza del centro de Madrid.

Carl Benedikt Frey, codirector del programa de Tecnología y Empleo de la Universidad de Oxford, es probablemente uno de los mayores expertos del mundo en este tema. En un artículo reciente, este prestigioso economista sueco aseguraba que, en contra de lo que podría parecer a primera vista, la presencia de Uber no ha reducido el número de taxistas en las calles de EE UU. Más bien al contrario, ahora hay más. Pero los nuevos competidores sí contribuyeron a que los salarios de los taxistas se redujeran en torno al 10%. Contactado por este periódico, Frey asegura que el proceso de digitalización es todavía muy reciente como para extraer conclusiones definitivas.

“La economía colaborativa ofrece un simple intercambio: más libertad y flexibilidad a cambio de menos seguridad en el trabajo. Los cambios legislativos podrían, sin embargo, modificar este equilibrio. Así que por ahora no hay ningún efecto inevitable sobre el mercado laboral”, responde Frey en un correo electrónico.

No hay efectos inevitables, pero sí síntomas de que algo está pasando. Esta semana Barcelona creó su primera asociación de ciclomensajeros, esos jóvenes con aspecto de deportista que recorren las ciudades a golpe de pedal transportando objetos para empresas como Glovo o Stuart; o comida para Deliveroo o Ubereats. Hace unos pocos meses en Madrid se dio un paso similar. “El ciclomensajero que trabaja para una start up no tiene un centro de trabajo. Son como homeless a tiempo parcial”, escribieron los responsables de la agrupación madrileña. Su homóloga barcelonesa, la plataforma Riders por derechos, presentó el jueves un decálogo de peticiones ante la “precarización progresiva” que padecen.

Algunos colectivos sienten que las nuevas empresas digitales sirven para restar derechos laborales. Pero los expertos no tienen claro aún los efectos finales de un cambio tan gigantesco. La economista Sara de la Rica alerta sobre una polarización creciente: las empresas competirán por captar el talento de los trabajadores más cualificados; mientras que un importante grupo de trabajadores sin las habilidades necesarias para adaptarse a los nuevos tiempos se quedará atrás, con condiciones cada vez más precarias. Se les exige cada vez más flexibilidad, en beneficio de la empresa.

“En España, la reforma laboral ha permitido disminuir los salarios de entrada. Los grandes perdedores son los jóvenes que hoy se integran al mercado laboral, con niveles salariales equivalentes, en términos reales, a los de 1990”, añade esta catedrática de Economía de la Universidad del País Vasco.

Pero los cambios no afectan solo a los sueldos. La revolución digital también ha sacudido el tipo de relaciones en torno al puesto de trabajo. El modelo de contrato de 40 horas semanales con un mes de vacaciones va cediendo peso ante fórmulas más flexibles. En detrimento, en muchas ocasiones, de la parte más débil de la cadena. “El riesgo se ha trasladado de la empresa al trabajador”, concluye la profesora De la Rica. Estos nuevos proletarios del siglo XXI ganaron una batalla el año pasado, cuando un tribunal británico dictaminó que la empresa estadounidense Uber debía considerar a sus conductores como empleados, y no meros autónomos, confiriéndoles el derecho a vacaciones y un salario mínimo.

Arun Sundararajan, autor de Economía colaborativa: el fin del empleo y el auge del capitalismo de masas, detecta dos procesos paralelos: por una parte, las nuevas plataformas tecnológicas permiten organizar la actividad con autónomos a los que se les pide más o menos trabajo en función de las necesidades; y por otra, los avances en inteligencia artificial y en robótica presagian la automatización de actividades complejas, como la abogacía, consultoría y transporte. “La unión de estos dos factores deriva en un mercado laboral en el que los contratos a tiempo completo se dividirán en proyectos y tareas”, escribía este profesor de la Universidad de Nueva York en la revista Finance & Development. Uno de los principales riesgos de este proceso es el aumento de la desigualdad.

Más desigualdad

La socióloga Belén Barreiro aborda este peligro en su nuevo libro, La sociedad que queremos. “La tecnología refuerza la brecha social, contribuyendo a aumentar las desigualdades”, asegura en conversación telefónica la expresidenta del CIS. Fernando Encinar, cofundador del portal inmobiliario idealista, apunta que no solo los trabajadores poco cualificados van a sufrir el impacto de la digitalización. “La robotización no supone un gran riesgo para actividades como atender un bar o colocar ladrillos, y sí para determinadas profesiones donde los algoritmos pueden ser eficientes, como la gestión de renta variable”, señala Encinar, que destaca que más del 90% de los 500 trabajadores del grupo idealista tienen contrato indefinido. “Para nosotros es fundamental atraer y retener el talento. Y la certidumbre laboral es un activo muy importante”, concluye.

Los empleos ligados a la nueva economía van más allá del transporte. Abarcan desde gigantes de la economía colaborativa ya muy populares como Blablacar o Airbnb hasta aplicaciones menos conocidas que ofrecen una legión de trabajadores invisibles dispuestos a limpiar su casa, hacerle la compra u ocuparse de los encargos más engorrosos. Son todo comodidades para los clientes de esta nueva generación de start ups. Comodidades que proporciona el trabajo de gente como José Arcadio. “Para mí lo peor es que la empresa no tenga ninguna responsabilidad ante lo que nos pueda pasar. Aunque a mí por ahora me compensa la flexibilidad de este trabajo”, asegura mientras apura su cerveza, poco antes de alejarse montado en la bicicleta en la que está a punto de pasar su jornada laboral.

Repartidor de Deliveroo

“Nadie se ha responsable de lo que nos pasa”

Viernes por la noche en Madrid. Al lado de la parada de metro de Tribunal, un enjambre de jóvenes, casi todos varones y muchos latinoamericanos, espera su turno para salir zumbando. Con sus bólidos a pedales repartirán comida recién salida de los restaurantes con un radio de acción de pocos kilómetros. José A., nombre ficticio, es uno de ellos. Le preocupa sobre todo que pueda tener un accidente y nadie se haga cargo. “Hace poco un compañero se dio contra el parabrisas de un coche. No le ocurrió nada grave, pero estuvo tres semanas sin trabajar. Tres semanas en las que, por supuesto, no cobró nada”, asegura. Hace una pausa. “Nadie se hace responsable de lo que nos pasa”, añade.

Esta historia le sonará familiar a los 3,2 millones de autónomos que hay en España. Pero las diversas plataformas digitales intensivas en mano de obra no cualificada han extendido esta figura al máximo. En estas empresas, las relaciones laborales se difuminan al máximo. En Deliveroo aseguran que los riders —nombre que usan para los repartidores— aprecian la flexibilidad que les permite compaginar el trabajo y otras actividades como los estudios. “Ellos eligen cuándo y dónde trabajar con nosotros y por cuánto tiempo”, añaden fuentes de la empresa.

Pero el malestar es evidente. Así se explica la creación esta semana en Barcelona de un colectivo de mensajeros —de Deliveroo, Glovo y otras empresas similares— para tratar de defender sus derechos. Siguen así el ejemplo de compañeros de Londres o Madrid. El gigante de reparto de comida nacido en Reino Unido hace cuatro años ha respondido enviando a sus repartidores un correo en el que se convoca a algunos a una sesión informativa donde puedan exponer sus preocupaciones. Y han contratado a una agencia externa que organice grupos de trabajo con los riders.

La flexibilidad que vende la compañía es, según José A., tan solo relativa. Este repartidor que espera abandonar pronto este trabajo para dedicarse a lo que ha estudiado asegura que quien rechaza hacer fines de semana, por ejemplo, es penalizado con un menor volumen de trabajo. “Se nos valora por tres criterios: la disponibilidad, el porcentaje de aceptación de pedidos y la velocidad. Parece como si se nos animara a saltarnos los semáforos. Si no, es imposible llegar”, protesta.

José A. dice obtener unos 600 euros después de impuestos por una semana laboral de 25 horas. En Deliveroo aseguran que los riders —jóvenes varones en su inmensa mayoría— suelen trabajar de forma esporádica, con una media semanal inferior a las 20 horas. “Somos jóvenes, sí, pero casi todos acabamos con problemas de rodillas o dolores de espalda de los que nadie se preocupa”, concluye el ciclomensajero.

Conductor de Cabify

“Me llaman desleal. Parece que fuera un asesino”

Al llegar a la sede de Cabify es difícil no pensar en la imagen típica de una start up de Silicon Valley. Un ejército de jovencitos —ingenieros, programadores, desarrolladores…— se esfuerzan en mejorar una aplicación que nació en España en 2011, y que desde entonces ha crecido hasta llegar a 35 ciudades de 12 países y dar trabajo a 1.800 personas, 280 de ellas en España.

Además de los jóvenes con pinta de informáticos, en estas oficinas del noreste de Madrid también se observa un goteo constante de hombres que llegan y se van con una caja bajo el brazo. Son los conductores de los más de 600 vehículos con los que Cabify opera en España. Van allí a recoger las botellas de agua que los chóferes ofrecen de forma gratuita a los clientes, y que se han convertido en seña de identidad de una empresa empeñada en ganar cuota de mercado a golpe de amabilidad. Una compañía que en los últimos meses se ha convertido en el blanco favorito de los taxistas y de partidos como Podemos.

E. G. es uno de esos conductores de Cabify que solo hablan maravillas de la empresa a la que presta sus servicios —no son empleados directos, tan solo tienen un contrato mercantil— y que no dedican ni una buena palabra a sus nuevos enemigos acérrimos: los taxistas.

“A los seis meses de empezar a trabajar aquí, uno de ellos me rompió la luna con un martillo. Lanzan ácido con jeringuillas o huevos podridos. No pasa el día en el que no me escupan o insulten. Me llaman intrusista y desleal. Parece que fuera un asesino”, se queja E. G., que no quiere identificarse más que con iniciales, ni mostrar la cara al fotógrafo por miedo a represalias de sus antiguos compañeros. Porque antes de estar a este lado de la batalla, E. G. trabajó como taxista durante seis años. En 2009, la licencia le costó 178.000 euros y la vendió hace tres años por 130.000.

Los conductores de Cabify —la compañía se niega a especificar cuántos hay— defienden a la empresa con ahínco. Mariano Silveyra, director general de la empresa en España, explica las denuncias que el sindicato CNT ha presentado por jornadas abusivas como parte de una campaña orquestada por el sector del taxi. Al igual que el vídeo en el que Podemos acusaba a Cabify de “competencia desleal” y de tributar fuera de España. La empresa ha respondido al partido que dirige Pablo Iglesias con una demanda. “Es tan solo un intento más de desprestigiarnos”, asegura Silveyra.

¿Se enfrentará Cabify a una situación similar a la de Uber, a la que un juzgado británico obligó a considerar a sus conductores como empleados? “No conozco el caso al detalle. Pero el nuestro es un modelo muy distinto. La prueba es que nuestros conductores están encantados con nosotros”, concluye el ejecutivo.

SALUT Y BUEN VIAJE

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ELS “NOUS” EXPLOTADORS DE LA ECONOMIA DIGITAL: DELIVEROO, CABIFY, GLOVO, STUART, WALLOC….

Poc a poc la “nova economia digital col·laborativa” (economia de la servitud) es va estenent per Catalunya, sobretot a l’àrea de Barcelona, però també per altres llocs, ja siguin capitals provincials o comarcals o zones turístiques de costa. Les bicis de DELIVEROO , GLOVO i STUART son cada cop més abundants als nostres carrers, transportant tota mena de productes, els vehicles de CABIFY no son massa visibles donat que utilitzen cotxes sense identificació amb llicència VTC (vehicle amb conductor). UBER està desapareguda des de el colp judicial i ha demostrat poca capacitat d’adaptació per fer el mateix que ha fet CABIFY. Però els vehicles VTC comencen a notar-se, sobretot des de que el seu nombre es va incrementant a rel d’una cadena de sentències.

L’abast d’altres serveis, com la compra i transport des de els supermercats i sobretot com els de neteja i la cura de nens i gent gran, resulten més invisibles (significativament) i sols es poden valorar per els contes de resultats de les empreses (difícils d’aconseguir).

Tots aquests serveis (de servitud) són, malgrat la propaganda de ser part de les noves tecnologies d’internet i de la digitalització, molt intensives en ma d’obra no son “virtuals”, de moment no hi ha cap algoritme que, sense la intervenció humana, et pugui portar una comanda a casa, netejar-te el bany o cuidar de l’avia.

Quines son les condicions dels “treballadors” d’aquestes empreses tan “innovadores, modernes i disruptives”?

Primer de tot cal dir que el seu nombre oficial de treballadors és molt baix, sols els de gestió administrativa, tècnics informàtics i els de marketing (si no estan subcontractats).

Llavors, qui fa la feina real?.

La feina real la fan els Partners Missatgers (STUART), els treballadors independents registrats (GLOVO), o els Col·laboradors (CABIFY i DELIVEROO)… es tracta de disfresses florides que amaguen falsos autònoms per poder fer recaure una bona part de les despeses del negoci (assegurances, cotitzacions, vehicle…) en els treballadors, i al mateix temps aconseguir un control més eficaç sobre ells. La economia de la servitud és doncs d’una modernitat esclavista digna de la’ntiguitat o de la revolució industrial.

Algunes d’aquestes empreses retorcen tant el llenguatge que en els seus contractes qui fa un servei (qui treballa) és la plataforma als missatgers, conductors, netejadors, cuidadors… el mon al revés!. Tot a canvi d’una bona comissió que sol superar el 20%.

Que passa si un dels ciclistes te un accident?

I si es trenca la bicicleta?

I si es perd o es fa malbé la mercaderia transportada?

I si un usuari maltracta a un dels treballadors o el classifica malament a la APP?

Si no accepta un o varis serveis? (DELIVEROO exigeix resposta en 3 minuts!).

Evidentment tot va a càrrec del partner/col·laborador.

La suposada llibertat per treballar, o no, queda molt limitada per l’algoritme, els calendaris de serveis (diaris o setmanals) son fàcilment “matisats”. En ells es tenen en conte el temps per acomplir els encàrrecs, els servis refusats o acceptats, si es prenen dies lliures… i la valoració que fan els clients. Tots aquests factors es tenen en conte, però el treballador no te ni el control, ni la informació, de fet és un acomiadament discrecional.
A més estan permanentment geolocalitzats i per tant el nivell de control és màxim.

Els treballadors de la “economia de la servitud” son joves sovint sense massa experiència laboral, precaritzats, aïllats i sense contacte viable amb els empresaris i encarregats. Caldrà que, com van fer en el seu moment els missatgers dels 80, s’autoorganitzin i comencin a combatre la explotació dels nous empresaris digitals, això pot tardar més o menys, però sols poden fer-ho ells. .

http://negreverd.blogspot.com.es/2017/04/els-nous-explotadors-de-la-economia.html

SALUT I BON VIATGE

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CUANDO EL CAPITALISMO RADICAL SE DISFRAZA DE ECONOMÍA COLABORATIVA

Empresas con inversiones multimillonarias de fondos de capital riesgo utilizan conceptos como ‘comunidad’, ‘ protección del medio ambiente’ o ‘compartir’ para vender un nuevo modelo de negocio que desempodera a los trabajadores, tributa en paraísos fiscales y presiona para liberalizar los sectores en los que opera.

Corría el mes de marzo de este año cuando los usuarios del metro de Londres, acostumbrados a que cada espacio disponible se ocupe con publicidad, se toparon con el anuncio de Fiverr.

Fiverr es una app que permite a los usuarios intercambiar bienes y servicios por cinco dólares estadounidenses. No hay que negociar, solo ofrecer cualquier cosa a esos cinco dólares (suelen ser pequeños trabajos como traducir 500 palabras a otro idioma o diseñar un logo, por ejemplo) o buscar el servicio deseado a esa cantidad. La empresa, que dice pertenecer al sector de la economía colaborativa, ha crecido rápidamente hasta convertirse en un mercado de microtareas mundial.

En su anuncio en el Tube, Fiverr mandaba el siguiente mensaje, bajo la cara de una chica de apariencia cansada: “Para comer te tomas un café. Sigues y nunca paras. La privación de sueño es tu droga. Quizá puedas ser un emprendedor: En Fiverr creemos en los emprendedores”.

Los pasajeros del metro londinense vertieron su incredulidad en las redes: “¿Qué tipo de vida deprimente, miserable, estáis intentando hacer atractiva?”, escribía un usuario. “Lo que estáis promoviendo aquí, Fiverr, son actitudes extremadamente dañinas hacia el trabajo que acarrean consecuencias para la salud”, exponía otra.

“La economía colaborativa nos está matando”, aseguraba otra de las personas que se toparon con el anuncio al ver la cara de la mujer y el poso del mensaje (que la empresa no retiró y continúa abanderando). Este caso es solo un ejemplo de una problemática que los expertos coinciden en destacar por su amplitud, pero resalta lo rápido que la denominada economía colaborativa ha pasado de defender conceptos como el consumo responsable, el respeto al medio ambiente o la colaboración con la comunidad a vender la esclavitud como forma de vida.

Dos modelos muy diferentes bajo un mismo paraguas

Javier de Rivera es sociólogo especialista en nuevas tecnologías. Es coautor de uno de los primeros estudios que, tras el optimismo inicial en torno a las posibilidades de la economía colaborativa, señalan las implicaciones no tan positivas del modelo.

El texto profundiza sobre los resultados de un análisis de los mismos autores encargado por la OCU en 2016: Consumo colaborativo: ¿colaboración o negocio?  “Estudiamos cómo funcionaban estas webs y vimos que la gran mayoría, sobre todo las más grandes e importantes, estaban muy bien diseñadas para satisfacer una necesidad individual del consumidor, pero no tenían una dimensión colaborativa, social o cooperativa”, explica el investigador a Público.

Empresas con inversiones millonarias de fondos de capital riesgo copian modelos colaborativos surgidos desde abajo y sin ánimo de lucro.

Pero si es solo un nuevo modelo de economía, ¿de dónde viene entonces el apellido colaborativa? “Se remonta a un libro publicado en 2010. Los autores, que hoy trabajan para fondos de capital riesgo, hacen una especie de justificación teórica e ideológica de este tipo de comercio. No es un libro académico, sino más de marketing, que presenta en un envoltorio atractivo estas nuevas alternativas”, contesta De Rivera.

El investigador señala que empresas como Uber o Airbnb aprovecharon una corriente que, en el momento de su fundación, llegaba desde abajo. Propuestas sociales que usaban las nuevas tecnologías para poner en contacto a usuarios sin fines lucrativos, huyendo de las lógicas capitalistas.

¿Dónde están esas alternativas sociales? Las encontrarán lejos del foco de la publicidad. WWOOF pone en contacto a granjas ecológicas con voluntarios que recibirán cama y formación en agricultura y ganadería a cambio de su trabajo; en ZeroRelativo se intercambian objetos sin prestación económica; en FreeCycle directamente se puede regalar cualquier cosa que ya no se use. Si lo que se busca es un alojamiento, en BeWelcome la gente se ofrece a cobijar a viajeros y mostrarles su ciudad gratuitamente. Ninguna de estas plataformas fomenta el intercambio económico, sino la creación de comunidad.

“Las más sociales se sostienen asociadas a una ONG o a organizaciones sin ánimo de lucro, porque realmente el coste básico puede llegar a ser muy bajo”, expone De Rivera, apuntando que “la gran pregunta para entender estas nuevas empresas es el modelo de financiación. Cómo surgen y cómo se sostienen en el tiempo, económicamente. Las más exitosas, las que están generando los problemas, han surgido gracias a inversiones multimillonarias de fondos de capital riesgo en sus primeros años, asociados la gran mayoría de las veces a Silicon Valley”.

Que decidan los tribunales

Las inversiones multimillonarias a las que alude De Rivera no solo facilitaron a estas empresas el desarrollo de sistemas informáticos muy eficientes y capaces de revolucionar los sectores económicos en los que operan. También nutren al lobby neoliberal que asocia la idea de crecimiento económico al de desarrollo social.

Los Estados están dejando que sean los tribunales los que definan qué es la economía colaborativa

Este lobby bombardea los aparatos ejecutivos estatales, intentando convencer a los legisladores de las ventajas de liberalizar mercados: promesas de miles de nuevos empleos, bajadas de precios, libre competencia. La presión es tal que ha conseguido convencer a la gran mayoría de los gobiernos europeos de que mantengan la alegalidad de la economía colaborativa. Aseguran que sus apps solo conectan a unos usuarios con otros y no ofrecen un servicio económico regulado por las autoridades.

Pero esta alegalidad no convence a los modelos de negocio tradicionales, que consideran que están sufriendo competencia desleal: mientras estas empresas operan sin apenas marco normativo dada su novedad, los negocios del siglo XX sufren una gran carga reguladora en cada aspecto de su actividad. Es el argumento de los taxistas, los primeros que han plantado cara a Uber y Cabify llevando el caso al Tribunal Superior de Justicia de la Unión Europea (TJUE).

Este jueves, el Abogado general del TJUE les ha dado la razón. Ha expuesto que Uber no solo ofrece un contacto digital entre particulares, sino también un servicio de transporte, y como tal debe ser regulado por las autoridades.

“Uber impone a los conductores requisitos previos para el acceso a la actividad y su desarrollo, recompensa económicamente a los conductores que llevan a cabo un número importante de trayectos y les indica los lugares y los momentos en los que pueden contar con un número de carreras importante o tarifas ventajosas”, resume el letrado. Sus conclusiones no son vinculantes para el Tribunal, pero suelen coincidir en una gran mayoría de casos con el veredicto definitivo.

En resumen: Si la plataforma decide quién, cuándo, cómo, y además cobra por ese servicio, no es economía colaborativa. Tan solo un nuevo modelo de negocio.

¿Derechos laborales? No, gracias

El marco de actividad de la economía colaborativa no es el único foco del debate. Los derechos de los trabajadores que hacen uso de estas empresas tratando de obtener ingresos, y la contribución de ambos al Estado también está en cuestión. En este momento los trabajadores no son reconocidos como tales —Uber llegó a denunciar a la ciudad de Seattle por permitir sindicarse a sus conductores— y paga sus impuestos en Países Bajos.

Uber no considera que sus conductores trabajen para ella; los trata como autónomos que ofrecen un servicio por su cuenta

“Lo que ocurre con Uber es muy relevante porque esta sirviendo de catalizador de la problemática que plantea este tipo de actividades que se enmarcan en la economía colaborativa”, expone Borja Suárez, profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de Economistas Frente a la Crisis.

“El concepto básico más importante del Derecho del Trabajo es el que se identifica con la dependencia del trabajador asalariado de su empresa. Y aquí la dependencia de la plataforma digital es total y absoluta, todo esta articulado a través de ella”, afirma Suárez: “Por eso no puede presentarse a los trabajadores como autónomos. Es bastante evidente que lo que persiguen estas empresas es una forma novedosa de llevar a cabo actividad económica. Considerar a sus trabajadores como autónomos emprendedores es manifiestamente abusivo”.

Para el profesor queda claro que el cambio tecnológico está alterando las bases sobre las que se ha construido la legislación laboral. “El cambio es importante , pero no es tan brutal como para pensar que la legislación labora ya no nos sirva, pero hay que ofrecer soluciones para asegurar que las personas que prestan servios tengan una solución de trabajo digna”, pide Suárez. /Publico

SALUT Y BUEN VIAJE

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UBER ESTA ACABANDO CON LOS TAXIS EN NUEVA YORK

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protesta de taxistas contra UBER

Uber y Lyft acaparan el mercado del transporte privado dejando las licencias de taxi en Nueva York con el menor precio en diez años

En un solo año, los trayectos en taxi han bajado un 20%

El aterrizaje de Uber, la gigante red de transporte privado, en la ciudad de Nueva York en 2011, fue el punto de partida del proceso de decadencia de la comunidad de taxistas de la ciudad. Una licencia de taxi en Nueva York cuesta en este momento 241.000 dólares, en comparación con los 1.050.000 de dólares que alcanzó en 2014. El precio actual es el más bajo que se había visto para una licencia desde principios de los 2000.

El pasado verano, los analistas de de Morgan Stanley calcularon que el número de trayectos en taxi habían descendido de un 84% a un 65% de 2015 a 2016, principalmente a favor de Uber pero también de otros competidores menores como Lyft, Via y Gett.

El transporte colaborativo está ganando cuota de mercado año tras año en la ciudad que nunca duerme, con un crecimiento de un 121% entre 2015 y 2016 de Uber. Paralelamente, Lyft acapara un 4% de la cuota de mercado, un 3% es para Via y un 1% para Gett. El panorama para los propietarios de licencias de taxi en Nueva York no es optimista.

Los taxis, un sector mal regulado en Nueva York

Varias cambios en las regulaciones del mercado de taxis y limusinas en Nueva York han afectado a la compra y venta de licencias.

El vendedor tiene otras opciones antes que rebajar las licencias, pero lo cierto es que muchos taxistas se encuentran ante graves dificultades financieras y deudas a causa de algunas normativas que se aplican a la industria, pero no a los conductores de Uber o Lyft. Una de ellas es la normativa relativa a los pasajeros minusválidos, que ha supuesto un gasto extra para los conductores de taxis.

El TLC (Comisión de Taxis y Limusinas) ha fracasado en regular este sector, destruyendo nuestras inversiones y favoreciendo los intereses de una corporación depredadora de 60 billones de dólares“, declaró Nino Hervias, miembro de la Asociación de propietarios de licencias de taxi.

En referencia a todo esto, un ex-miembro de la Comisión de Taxis y Limusinas de Estados Unidos, Matthew Daus, declara para Crain’s que “los datos no son buenos, pero no son catastróficos“. Tras realizar una valorización independiente, según Daus el precio real de una licencia independiente asciende a casi 600.000 dólares y, por lo tanto, el declive del sector taxista no es tan pronunciado como sugieren los precios de algunas licencias.

Algunas administraciones han empezado a tomar medidas ante la situación. En Massachusetts, por ejemplo, se implantó el pasado agosto un impuesto al transporte colaborativo, con la esperanza de rescatar el dañado sector de los taxis.

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La expansión de la economía colaborativa, origen de protestas globales

El auge de las empresas como Uber y Lyft no solo han causado estragos en la ciudad de Nueva York. La aparición de nuevas tecnologías y plataformas de economía colaborativa, que se posicionan como alternativa en los sectores económicos tradicionales, suponen una amenaza para los trabajadores de estas industrias, como claramente son los taxistas.

Taxistas alrededor del mundo se han alzado en las ciudades más importantes para protestar contra lo que ellos consideran competencia desleal por parte de Uber. En algunas ciudades y países, como recientemente en Italia, se ha prohibido Uber y otros servicios. Otros ejemplos son Barcelona, Madrid, Amsterdam, Montreal, Bruselas o Sydney. Las protestas y las huelgas de taxistas parecen no cesar, de la misma manera que el desarrollo de la economía colaborativa parece ser imparable./EdisoNEWS

SALUT Y BUEN VIAJE

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QUE SE PARE EL TAXI, QUE ME BAJO DEL CAPITALISMO

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Suenan cláxones de guerra. Los taxistas de medio mundo, y por una vez España va al mismo ritmo que el resto de países, están quemados. Al precio de las licencias y las tasas municipales, no bajas en muchos municipios, y a las tarifas impuestas por los Ayuntamientos se les une ahora una competencia que ellos consideran ilegal:  Uber y Cabify . Si están o no dentro de la ley, todavía no está claro, aunque todo indica que más pronto que tarde habrá una legislación que abra las puertas de alguna manera a estas aplicaciones.

El asunto no es baladí. No somos conscientes de lo que ha cambiado nuestra vida en los últimos diez años gracias, o por culpa, de los teléfonos ‘inteligentes’. No voy a entrar en las relaciones sociales (Facebook, Snapchat, Whatsapp, Tinder, Grindr…) y en si somos más o menos ‘humanos’ que antes. Pero sí en lo que se ha revolucionado -sí, es una revolución- nuestra forma de gastar dinero y comprar bienes o servicios. La economía que ha venido es muy distinta a la que conocemos y o comenzamos a regularla (no me vengan con que los mercados se regulan solos) o nos encontraremos con miles de personas cuya trabajo se irá al garete y no sabremos qué hacer con ellos. Ojo, esto no quiere decir que haya que prohibir la conocida como economía colaborativa, al revés, simplemente que hay que construir unas reglas del juego que eviten la desaparición de miles de puestos de trabajo.

Uber y Cabify pueden acabar con el sector del taxi (más de 70.000 licencias en España, y cada licencia puede tener más de un conductor). Blablacar con las líneas regulares de autobús, el alquiler de coches… Airbnb con el sector hotelero, que no solo es NH y Meliá, también hay cientos de pequeños hoteles familiares. Y así, podríamos seguir sector por sector afectado por estas aplicaciones.

Parece evidente que la llamada economía colaborativa tiene varios efectos positivos para el consumidor. Lo primero, generalmente, es el precio. No solo el que obtiene por el servicio, también el que las grandes empresas que antes ofrecían el mismo producto están obligadas a rebajar (o contener) por la nueva competencia. El segundo beneficio, aunque menor, es que la oferta se multiplica y por lo tanto es más fácil encontrar algo que se adapte a tus gustos o necesidades. Luego está el ‘placer’ de plantar cara a las grandes empresas, esos monstruos que en nuestro imaginario han cobrado de más por servicios de calidad media en muchas ocasiones.

Y sí, usar nuestro poder como consumidores es un arma que debemos aprovechar para mejorar la economía y lograr mayor igualdad y justicia social… ¿pero acabar con el trabajo de nuestros vecinos es la manera? Porque, no nos engañemos, Blablacar, Uber, Cabify, Airbnb… no dejan de ser multinacionales que no pagan apenas impuestos en nuestros países y encima no generan empleo: ni bueno ni malo. Y destruyen parte del que tenemos. Por lo tanto, ¿combatimos realmente al sistema de la mano de estas empresas?

Economía colaborativa, sí. Siempre. Pero tiene que estar regulada. Y ser solidaria, también. Por suerte o por desgracia, somos animales de consumo. Así que consumamos con cabeza.

SALUT Y BUEN VIAJE

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DEBAT SOBRE LA DOMINACIÓ LABORAL EN EL CAPITALISME DIGITAL, DISSABTE 18 DE FEBRER A LES 18:30 A LA CINETIKA

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Un conjunt de persones i grups estem preparant (igual que l’any passat) unes jornades Anti Mobile Congress. En breu seran publicitades, es celebraran el 24 i 25 de febrer (divendres i dissabte) a Can Batlló. Per el dia 18 hi ha una jornada prèvia a la Cinètika (el Cine Okupat) per tracta el tema de la

DOMINACIÓ LABORAL EN EL CAPITALISME DIGITAL
Dissabte dia 18 de febrer a les 18:30 a la CINETICA (C/ Rambla Fabra i Puig 32, cantonada carrer de les Monges). Intervindran:

-Missatgeres de Deliveroo

-Participants en l’Assemblea de missatgers dels anys 80 (els qui guanyaren la relació laboral).

-Treballadors de Movistar

-Treballadors de HP

-Treballadores d’INDRA

-Participants en el conflicte del telemàrqueting.

-Treballadors de subcontracta d’Informàtica del Corte Ingès.

-Sector del taxi

-Especialista en jurídica.

Consistirà en intervencions curtes de cada un (no més de 10 minuts, si pot ser menys) i desprès un debat.

Més informació del conjunt de la campanya, 18-II i 24 i 25-II, manifestació el 1-III al web www.antimwc.alscarrers.org i antimwc@riseup.net

Es prega difondre les convocatòries.

INTRODUCCIÓ AL DEBAT:

Des de tots els fronts (catedràtics, executius, governants, educadors sindicalistes dominats…) ens estan advertint d’un canvi global que se’ns ve a sobre… la desaparició de milions de llocs de treball “no qualificats”. Aquesta catàstrofe laboral s’ha de produir (o aconseguir) gràcies al big data, a la intel·ligència artificial, la fabricació per adició (impressió 3D), la nanotecnologia i a l’internet industrial de les coses (2IoT), es tracta de l’economia 4.0 o de la fabricació 4.0, on el 4 fa referència a una suposada quarta revolució industrial.

Només a Europa, entre els treballadors de “coll blanc” s’han de produir la desaparició de 7 milions de llocs de treball, els “llocs especialitzats” generats seran sols de 2 milions. En el cas de la fabricació la situació és semblant, especialment allà on està concentrada, als països emergents, així FOXCONN (la empresa més gran del mon amb 1,3 milions d’emprats) a iniciat un procés de robotització molt ambiciós que pretenia tenir 1 milió de robots operatius per 2014, el pla va endarrerit, però va en camí.

Arreu del mon l’anomenada “economia col·laborativa” (economia de la submissió) guanya posicions i mou ja molt per sobre dels 2.8 bilions, molt especial en el sector de serveis. Es ven com col·laboració el que sols és dominació i explotació.

Tot això no seria possible sense les tecnologies de la mobilitat, la mobilitat ha deixat de ser un tema de comunicació (telèfons més de 7 bilions de connexions de telèfon mòbil). La mobilitat és també imprescindible per l’Internet de les Coses (indispensable per la “economia 4.0”) i que ara mateix suposa 8,4 bilions de connexions.

El treball al capitalisme digital no és:

-Innovador.

-Creatiu i motivador.

-No dona el poder als treballadors.

-No és compartir en lloc de posseir.

-No dona llibertat de treballar o no.

El treball al capitalisme digital és:

-Més explotador a través de subcontractes i “les noves” formes de contractació.

-Més precari.

-És control extrem que fa empal·lidir encarregats, cronoanalistes i maquines de fitxar.

-És aïllat en mans dels algoritmes i del capital.

-Ens fa desaparèixer del mapa mitjançant el treball domiciliari i a través de APP’s.

-És més humiliant que d’altres formes d’explotació.

I molt més.

NO ÉS UN NOU MON? ÉS TREBALL VELL!!!

Ni volem ni podem tirar endarrere i no volem seguir endavant amb el capitalisme en el seu camí. Potser si que estem davant de la quarta revolució industrial… llavors igual que va passar a la primera revolució, igual que els treballadors de Barcelona van cremar el vapor Bonaplata, haurem de trencar les noves màquines de dominació. Al segle XIX va ser el treball a la fàbrica, al segle XXI pot ser el treball a la economia de la dominació

Per nosaltres la única solució és tirar pel dret, i acabar amb el mon industrial, el capitalisme, les corporacions i tots els estats.

SALUT I BON VIATGE

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