RETRATOS DE LA INTENSA VIDA EN EL ASIENTO TRASERO DE UN TAXI

Ryan Weideman fotografió durante cuatro décadas a sus clientes en las movidas noches de Nueva York.

Ryan Weideman llegó a Nueva York en 1980. “Estaba inspirado por los grandes fotógrafos de todo el mundo, pero especialmente por los de la ciudad de los rascacielos”, explica el artista estadounidense a La Vanguardia. Ser parte de esa élite mundial, sin embargo, no iba a ser un objetivo fácil de alcanzar.

“Conducir un taxi estaba muy lejos de mis pretensiones”, recuerda. Pero algo tenía que hacer para sobrevivir. “Había alquilado el típico apartamento para artistas. Un espacio pequeño, de solo 18’5 metros cuadrados, viejo y con agua fría. Y tenía solo 300 dólares en la cartera”, reconoce. No tenía demasiadas opciones.

“Ryan Weideman llegó a Nueva York en 1980 con 300 dólares en la cartera”

Así que cuando un vecino taxista le invitó a trabajar con él una noche, Weideman no se pudo negar. Quién le iba a decir que acababa de tomar una decisión que le cambiaría la vida para siempre y que le acercaba sobremanera a su objetivo de ser un fotógrafo reconocido. El resto lo puso su talento.

Tras pasarse cuatro décadas retratando a sus clientes, Ryan Weideman es ahora un galardonado y reconocido artista que ha expuesto su obra en importantes museos de Estados Unidos. Y, por primera vez en 10 años, el fotógrafo mostrará públicamente parte de su trabajo en el Espronceda Center for Art Culture de Barcelona a partir de este jueves 1 de junio y hasta el 17 del mismo mes.

Weideman transportó incluso serpientes (Ryan Weideman / cortesía de Espronceda Center y Bruce Silverstein Gallery)

La exposición contiene 40 instantáneas en blanco y negro reveladas por el artista en el baño/cuarto oscuro de su propio apartamento en West 43rd End, el que alquiló en 1980 y donde aún reside. “Tras la primera semana como taxista, empecé a fotografiar. ¡Había tantas combinaciones interesantes e inusuales de gente entrando en mi taxi!”, exclama.

Fueron dos décadas conduciendo en el turno de noche, de 5 de la tarde a 5 de la madrugada, hasta que se cambió al turno de día. “Hacer fotos me pareció que era la única cosa que podía hacer. La imagen del asiento trasero estaba constantemente movimiento, repleta de personas interesantes, emocionantes y excitantes, creando una atmósfera única”, explica a La Vanguardia.

Por su “estudio sobre ruedas” han pasado modelos, drag queens, hombres de negocios, prostitutas, poetas… todo tipo de personas que representan la diversidad cultural de Nueva York en un periodo en que la ciudad experimentó grandes cambios a nivel económico y social.

Desde su posición de taxista, un trabajo icónico en Estados Unidos, Ryan Weideman fue testigo de excepción. “(Trabajando) he oído ocho millones de historias, algunas de ellas incluso las he escuchado dos veces el mismo día”, reconoce. Con su cámara analógica fue retratando a los protagonistas hasta que, en 1986, decidió aparecer él también en sus composiciones.

  “Tras la primera semana como taxista, empecé a fotografiar. ¡Había tantas combinaciones interesantes!”

“Me cansé de darme la vuelta. Quería cambiar y convertirme en parte de la fiesta, documentar el momento, por así decirlo. Hubiera intentado lo que fuera para involucrar más a la gente en el proceso fotográfico mismo. A veces, por ejemplo, el equipo no funcionaba debido al cable del PC. Entonces, entregaba el estroboscópico a uno de los pasajeros y les instruía para usarlo. Así teníamos una sesión de fotos simbiótica. Me gustaba que ambos tuviéramos un interés genuino”, explica.

Licenciado en el California College of the Arts, el estilo de Weideman estuvo muy influenciado por grandes fotógrafos de los años cincuenta y sesenta como Robert Frank, Garry Winogrand o Lee Friedlander. De esas fuentes bebía cuando su sumergió en la acción para poder capturar el espíritu de las distintas épocas de la ciudad que nunca duerme.

Algunos clientes fueron más atrevidos que otros (Ryan Weideman / cortesía de Espronceda Center y Bruce Silverstein Gallery)

El artista explica que, con su obra, buscaba captar un “momento visual inspirador ocurriendo cuando todo está en movimiento”. “Yo estaba tan atrapado en el desafío del momento que lo empujaba hasta el borde”, añade.

El escenario ayudaba. En cuatro décadas, Nueva York pasó de los bulliciosos 80 al hip-hop y el grunge de los 90 antes de entrar de lleno en el nuevo milenio. “La ciudad está en constante evolución y las cosas parece que se han acelerado como un incendio forestal con la llegada de la tecnología. Cada vez más personas se están mudando a Nueva York, y hay una gentrificación constante. Es el centro artístico del mundo, la ciudad más estimulante… Por no hablar de la fuerza motriz que supone la alta competitividad”, considera Ryan Weideman.

“En 1986 decidió empezar a salir él también en sus composiciones. “Me cansé de darme la vuelta”

Tras tomar más de mil imágenes desde el interior de su taxi, el fotógrafo estadounidense aún se sorprende de la facilidad con la que conseguía el consentimiento de sus clientes para ser inmortalizados. “Tengo que confesar que, algunas veces, estaba tan excitado viendo la composición que tenía en el asiento trasero que no podía controlarme. Apretaba el disparador y todo ocurría por arte de magia”, revela.

Weideman recuerda con cariño a muchos de sus modelos. “Como podría olvidarlos. Fue un momento especial y aventurero en mi vida como fotógrafo. Me dieron permiso para imaginar los inexplicables e intensos momentos de la vida callejera. Yo era un extraño y me estaban haciendo un favor”, revela.

  “(Los clientes) me dieron permiso para imaginar los inexplicables e intensos momentos de la vida callejera”

Cuatro décadas haciendo fotos han provocado, además, algún que otro reencuentro con sus clientes. “Yo estaba muy contento –asegura el artista- cuando veía a alguien caminando por la calle hacia mí que parecía muy familiar. Me ha sucedido varias veces”.

En una ocasión, caminando por la calle 43, Ryan Weideman vio a una mujer alta y voluptuosa transitando hacia él. “Se acercaba y comencé a reconocerla. Pasamos el uno al lado del otro y yo seguía dudando. Por eso la seguí. Cuando giró la esquina de la calle 8 y ya se me estaba escapando, corrí para alcanzarla y le pregunté si se acordaba de mí”, rememora.

La respuesta de la chica fue afirmativa, así que ambos quedaron en verse al día siguiente en la esquina de la calle 9 con la 43. “Yo estaba muy alegre y quería compartir mis retratos con ella. Le di las fotos que le había hecho y me dio las gracias. Mientras se alejaba, ella no paraba de enseñarle las fotografías a los transeúntes con los que se cruzaba”.

  “Buscaba captar un momento visual inspirador ocurriendo cuando todo está en movimiento”

SALUT Y BUEN VIAJE

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