“NO SOY UN ESCLAVO Y NO LO VOY A SER”: LO QUE REVELA EL SUICIDIO DE VARIOS TAXISTAS

El lunes 5 de febrero, un conductor de 61 años acabó con su vida tras escribir una carta en la que echaba la culpa a los políticos de haber dado al traste con la industria del taxi.

A las 7 horas y 10 minutos de la mañana del pasado lunes 5 de febrero, un conductor detuvo su Nissan Altima negro en la puerta este del Ayuntamiento de Nueva York, en el cruce entre Spruce Street y Park Row. Allí apagó el motor, agarró una escopeta y se disparó en la cara. La policía de la Gran Manzana declaró poco después el fallecimiento de Douglas Schifter, un taxista de 61 años. No es el único que ha acabado con su vida en los últimos meses. Como recordó la responsable del sindicato de taxistas neoyorquino, Bhairavi Desai, otros dos conductores habían hecho lo mismo desde noviembre. “Son demasiados”, lamentaba.

El largo texto de despedida que Schifter compartió en Facebook la misma madrugada de su muerte, a las cuatro y media de la mañana, se ha convertido en un fuerte argumento en la batalla que enfrenta a los taxistas y a plataformas como Uber o Cabify, pero también en un buen ejemplo de que los poderes políticos no están actuando con la celeridad necesaria para reducir el impacto de estas empresas. “Bloomberg, De Blasio y Andrew Cuomo han jugado un papel a la hora de destruir una industria boyante”, recordaba en su publicación. “Cuentan sus billetes mientras nosotros tenemos que salir cada día a la calle sin tener un techo, hambrientos. No voy a ser un esclavo trabajando por calderilla. Prefiero estar muerto”.

“He trabajado entre 100 y 120 horas consecutivas casi todas las semanas y no me da para sobrevivir”, escribía en la nota de despedida.

Schifter tenía más de 35 años de experiencia a sus espaldas, en los cuales había recorrido según sus cálculos más de 8 millones de kilómetros. En el texto explicaba de qué manera los cambios en la industria le habían obligado a trabajar cada vez más y, a pesar de ello, ganar menos dinero hasta el punto de caer en la bancarrota. Cuando comenzó en 1981, su jornada semanal media se encontraba entre 40 y 50 horas. Sin embargo, en los últimos 14 años había trabajado “entre 100 y 120 horas consecutivas casi todas las semanas”. “¡Ya no puedo sobrevivir trabajando 120 horas!”, exclamaba. “No soy un esclavo y me niego a convertirme en uno”.

 

El conductor sufría problemas físicos y carecía de cobertura sanitaria. El taxista apuntaba directamente a Uber (“mentirosos, estafadores y ladrones”) como una de las causas de su situación, pero también a los políticos que han permanecido con los brazos cruzados mientras la empresa irrumpía en el mercado. “Ahora los políticos han inundado las calles con infinitos coches y 3.000 nuevos llegan a las calles cada mes. 100.000 de nosotros lo sufrimos a diario”, explicaba. “No hay suficiente trabajo que pague las facturas de todos”. Esta situación le condujo a “mostrar en público el acto más privado” con el objetivo de reabrir el debate.

Miedo por la licencia

A buen seguro que ha conseguido su objetivo, pues su muerte ha reabierto el debate sobre un sector, el del taxi, cuyas protestas se han extendido por todos los países occidentales (la última vez, en Praga) a medida que la competencia de los VTC (vehículos con conductor) se disparaba. El pasado 24 de noviembre, casi 70.000 taxistas españoles fueron llamados a la huelga después de que el Tribunal Supremo fallase a favor de la concesión de más licencias. En aquella ocasión, Fedetaxi señaló que se había abierto “la puerta a que las multinacionales inunden el mercado, poniendo en peligro la estabilidad del servicio”.

Se encontró un mensaje de despedida en el bolsillo de Corporan, escrito en la citación judicial que le avisaba de que podría perder la licencia.

Otro de los conductores que acabaron con su vida fue Danilo Corporan, de 57 años, que saltó por la ventana de su apartamento el pasado mes de diciembre. En su bolsillo se encontró un mensaje de despedida escrito en la citación judicial que acababa de recibir y que le comunicaba que podría perder su licencia. Irónicamente, días después de su muerte Corporan fue absuelto de todos los cargos, lo que le habría permitido conservar el permiso. La edad de los taxistas muestra, además, que la adaptación para los trabajadores de mayor edad es mucho más complicada.

El caso de los conductores neoyorquinos desvela algunas de las consecuencias inmediatas ocasionadas por la no regulación. Por ejemplo, el valor de las licencias de taxis, uno de los principales activos de estos conductores, se ha devaluado sensiblemente en los últimos años. Un reportaje de ‘The New Tork Times’ desvelaba que desde 2014 el precio de las 13.587 licencias había caído en picado, lo que provocaba que algunos conductores tuviesen que dedicar sus ingresos a pagar tan solo los intereses de la compra de la licencia. Un efecto que se ha reproducido en otras ciudades europeas como París, donde entre 2014 y 2015 el precio de la licencia pasó de 240.000 euros a 150.000.

Desai, directora del sindicato, afirma haber visto “declaraciones de ingresos donde el conductor ha vuelto a casa con 50 dólares en su bolsillo después de haber trabajado 12 horas”. Por su parte, el alcalde de Nueva York Bill de Blasio –que no se encontraba delante del edificio cuando el taxista se quitó su propia vida– ha dado las condolencias a la familia y ha recordado que “los problemas económicos son reales, pero mucha gente ha tenido que enfrentarse a ellos y no por eso se han suicidado”. Algunos medios han recordado que los problemas económicos de Schifter se remontan a hace más de una década, cuando esta clase de negocios aún no habían aparecido.

La competencia aumenta

Las cuentas no les salen a muchos taxistas. No solo por la repentina aparición de una competencia que oferta servicios similares a precios en principio baratos y que en muy poco tiempo se ha comido gran parte del negocio, sino también, como ocurre en el caso de la ciudad americana, por el reparto de nuevas licencias que han hecho descender aún más la cuota de mercado por taxista. Son los “18.000 inútiles taxis verdes” de los que hablaba Schifter en su carta de despedida. Una de las causas de que “cada vez más personas nos alimentemos de la misma tarta, y no hay suficiente para cada uno”.

“No ganamos dinero, pero estamos siendo vigilados, multados y siendo agredidos”, escribía meses antes de acabar con su vida

En España, según el Ministerio de Fomento, hay 69.972 licencias de de taxi y 5.890 de VTC. La sentencia de noviembre del Tribunal Supremo abría las puertas a 6.000 nuevas licencias del VTC. Algunos economistas han manifestado su rechazo a toda concesión de licencias y han optado por la libre competencia, ya que el actual es un sistema “restrictivo y oligopolítisco” que, unido al estancamiento de la concesión de nuevos permisos, ha beneficiado a los propietarios actuales y limitado la competencia. Los taxistas, por su parte, protestaban por no haberse respetado la proporción de un permiso VTC por cada 30 taxis que refleja la legislación actual.

En otros casos, los taxistas se encuentran a merced de los propietarios de la licencia. Por ejemplo, un conductor de Barcelona denunció al sindicato CNT que trabajaba 12 horas diarias con un contrato de media jornada y una nómina de 566 euros, aunque facturase al mes entre 3.500 y 4.000 euros. Cabe la posibilidad de que ocurra algo semejante con las licencias VTC, como el caso de Gabriel Moragues Rigo, presidente de la Federación Independiente del Taxi, que ha conseguido 700 por un valor alrededor de 50 millones. En cualquier caso, la competencia es cada vez mayor y, como denunciaba el finado, deja a muchos trabajadores indefensos: “No ganamos dinero, pero estamos siendo vigilados, multados y siendo agredidos”, escribía en ‘Black Car News‘ meses antes de su triste final.

SALUT Y BUEN VIAJE

 

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