LA LENGUA DE LAS MARIPOSAS

El contexto histórico de La lengua de las mariposas

La película trata de muchos temas: de la amistad, la escuela, la infancia, la iniciación a la vida, pero también del miedo, del terror, de las miserias de la condición humana… Habla también de la Historia. Los acontecimientos históricos que están detrás de La lengua de las mariposas”, determinan claramente la vida de los personajes, tal y como queda claro al final. Durante toda la cinta se observa un aire de nostalgia por la libertad, la esperanza y el cambio social que supuso la Segunda República española, («Gracias a la República podemos votar las mujeres», dice la madre de Moncho) y una denuncia de la bestialidad irracional de los que la derrocaron.

El golpe de estado de julio de 1936, lo urdió un sector importante del ejército (los generales Franco, Mola, Sanjurjo, Goded…), inspirado y financiado por las clases poderosas del estado, los terratenientes y la alta burguesía, que abandonaron la vía legal y parlamentaria para decantarse por las armas, el terror y la dictadura, que llevó a la muerte violenta a miles de personas partidarias de la república y de su proyecto modernizador.

El día 18 de julio de 1936, el general Franco salió de Canarias al frente del ejército insurrecto (recordar al final de la película cuando se dice «¡Hay guerra en África!»), mientras Mola declaraba el estado de guerra y ocupaba Pamplona. Paralelamente, Queipo de Llano se apoderaba de Sevilla y extendía la rebelión por Andalucía, provocando la inmediata represión contra las personas progresistas).
Educar para ser libres… la escuela en la segunda República española

El 14 de abril de 1931 se proclamó la II República en todo el Estado español, que encarnó la democracia y la modernidad, la libertad, la educación y el progreso, la igualdad y los derechos universales para todos los ciudadanos. Una escuela pública, obligatoria, laica, mixta, inspirada en el ideal de la solidaridad humana, donde la actividad era el eje de la metodología. Así era la escuela de la II República española. De todas las reformas que se emprendieron a partir de abril de 1931, la estrella fue la de la enseñanza.
El 14 de abril de 1931, la República encontró una España tan analfabeta, desnutrida y llena de piojos como ansiosa por aprender. Y los más ilustres escritores, poetas, pedagogos, se pusieron manos a la obra. De pueblo en pueblo, con la cultura ambulante. A la espera de que se aprobara la Constitución, en diciembre, el Gobierno tomó, mediante decretos urgentes, las primeras medidas: se reconoció el Estado plural y las diferencias lingüísticas (se respeta la lengua materna de los alumnos) y al frente del Consejo de Instrucción Pública que haría caminar las reformas se nombró a Unamuno.
Se proyectó la creación paulatina de 27.000 escuelas, pero mientras, los ayuntamientos adecentaron salas donde educar a los niños. Y a los mayores. Hubo incluso alguna escuelita en las salas de autopsia de los cementerios. Donde se podía. Entonces las maestras desempeñaron un papel primordial: enseñaban en sus casas con la subvención del ayuntamiento.
La República se propuso llenar las escuelas con los mejores maestros. Pero los docentes de la época tenían una formación casi tan exigua como su salario. El sueldo miserable de aquellos voluntariosos maestros subió a 3.000 pesetas al tiempo que se organizaban para ellos cursos de reciclaje didáctico. En las Semanas Pedagógicas recibían asesoramiento de los inspectores, para aumentar su formación. La carrera de Magisterio, elevada a categoría universitaria, dignificó la figura del maestro. A los aspirantes se les exigió, desde entonces, tener completo el bachillerato antes de matricularse en las Escuelas Normales, donde se enseñaba pedagogía y había un último curso práctico pagado.Se hizo del maestro la persona más culta, eran los intelectuales de los pueblos y, con toda la precariedad en que vivían, ejercieron de una forma digna.
Comenzó a tejerse un sistema educativo que puso el énfasis en el alumno, le hizo protagonista de las clases y de su formación. Los niños salían al campo para estudiar ciencias naturales, se trataron de sustituir los monótonos coros infantiles recitando lecciones de memoria por el debate participativo y pedagógico; los niños y las niñas se mezclaron en las mismas aulas, donde se educaban en igualdad, y se favoreció un tránsito sin sobresaltos desde el parvulario a la universidad. Fue una escuela en la que se educó a los niños atendiendo a su capacidad, su actitud y su vocación, no a su situación económica. La educación pública recibió financiación para ello, y eso era algo que la escuela privada miró con recelo. Todo tenía el aroma pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza, que fue el soporte intelectual en el que se apoyó la República. Aunque diseñó una escuela más laica.
En 1933 hay de nuevo elecciones. La mujer estrenó el voto femenino y la derecha -la CEDA de Gil Robles- llegó al poder. Los progresistas verán cómo se frenó la financiación educativa y las medidas laicas, aunque no se derogaron, fueron escamoteadas.
Misiones Pedagógicas y Colonias Escolares
Antes que educar, la República se vio obligada a dar de comer a los niños. Incluso a vestirlos. Había cantinas y roperos escolares y cobraron fuerza las Colonias Escolares que ya antes había puesto en marcha Bartolomé Cossío. Los niños viajaban al mar o a la montaña. Hacían deporte, se divertían. Pero, sobre todo, comían. Hubo medidas urgentes que no podían esperar y que se adoptaron a golpe de decreto, hasta que fue aprobada la Constitución. Lo más revolucionario que puede hacerse, después de facilitar alimentación, fueron aquellas Misiones Pedagógicas, de cuyo patronato fue también presidente Cossío. En destartaladas camionetas llegaron a las aldeas perdidas bibliotecas itinerantes, proyecciones cinematográficas, teatro, museos ambulantes.
La represión de la dictadura franquista contra los maestros

(Resumido de José María Maravall en el prólogo del libro: Maestros de la república: Los otros sentidos, los otros mártires, de María Antonia Iglesias)
El objetivo de acabar con el progreso educativo y cultural fue fundamental en la insurrección del 18 de julio de 1936. En guerras civiles, la violencia fuera de los frentes se ha basado con mucha frecuencia en motivos sórdidos, venganzas personales, envidias y rencores. Pero en el caso de las matanzas sistemáticas de maestros al desencadenarse la Guerra Civil española, razones políticas guiaron las crueldades personales.
Por detrás de los asesinatos, de la crueldad, el dolor y el miedo, existía la política del franquismo: una campaña sistemática de erradicación de la política educativa y cultural de la República. En 1937, José Pemartín, jefe del Servicio de Enseñanza Superior y Media, declaraba lo siguiente: «Tal vez un 75 por ciento del personal oficial enseñante ha traicionado -unos abiertamente, otros solapadamente, que son los más peligrosos- la causa nacional (…). Una depuración inevitable va a disminuir considerablemente, sin duda, la cantidad de personas de la enseñanza oficial». En nueve provincias de las que existen datos sistemáticos, fueron ejecutados en torno a 250 maestros. Y 54 institutos públicos de enseñanza secundaria creados por la República fueron cerrados. Por añadidura, en torno a un 25 por ciento de los maestros sufrieron algún tipo de represión y un 10 por ciento fueron inhabilitados de por vida. En Euskadi y Cataluña, todos los maestros de la enseñanza pública fueron dados de baja y tuvieron que solicitar su readmisión a través de un costoso proceso. La abrumadora mayoría de las ejecuciones de maestros tiene lugar al inicio de la Guerra Civil, entre julio y octubre de 1936. Todos los episodios son despiadados.
No se trataba solamente de odios y rencores personales: se buscaba implantar un miedo generalizado. El régimen futuro habría de ser un régimen totalitario, no una dictadura benevolente. Y un régimen totalitario tiene como una de sus características ‘un sistema de terror, impuesto a través de los controles del partido y de la policía’. Así fue desde la insurrección del 18 de julio de 1936 y duró mucho tiempo. El objetivo era explícito: el punto 6º de los 26 Puntos de la Falange declaraba que ‘nuestro Estado será un instrumento totalitario’. El recuerdo de aquello ha permanecido vivo, pese a los cuarenta años de dictadura y tras treinta años de democracia. Forma parte de ese término un tanto vaporoso: la ‘memoria histórica’.
Las razones de las ejecuciones eran erradicar el espíritu de la República encarnado en los maestros y en la educación; provocar un miedo generalizado. Esas razones fueron reforzadas por las venganzas. A la hora de llevar a cabo la represión, no sólo fueron los verdugos los responsables. Aquéllos eran generalmente grupos de falangistas armados y matones, que luego alardeaban en el pueblo de los asesinatos y amedrentaban a los vecinos. Una buena parte de la responsabilidad correspondió a curas de la Iglesia católica: elaboraban listas negras y acompañaban los fusilamientos. Los testimonios son abrumadores.
La Iglesia jugó un papel fundamental en la represión y la depuración del magisterio. Yo creo que básicamente por el papel que los maestros de la República jugaron en la aplicación de la normativa sobre la supresión de la enseñanza religiosa, cuando se apartó de las funciones educativas a las congregaciones religiosas. Por eso bastantes miembros del clero de la Iglesia católica jugaron un papel fundamental en la represión. En los archivos provinciales de Cádiz y en los municipales se conservan pruebas de la intervención que tuvieron los clérigos, las denuncias concretas que pusieron, básicamente contra maestros. En la enseñanza, cuando se pusieron en marcha las comisiones de depuración, uno de los requisitos que establecía el procedimiento para la depuración era el informe que tenía que presentar un cura párroco sobre la actuación de ese maestro.
Eso era el nacional-catolicismo. En el terreno de la educación y la cultura, el aniquilamiento de la tradición humanista, liberal y reformista. Paralizó durante largos años la construcción de escuelas; el magisterio fue diezmado; la enseñanza pública fue maltratada porque era vista como el germen del mal ‘laizante’; se fomentó la desigualdad entre centros y alumnos; el adoctrinamiento fue inmisericorde. Recuérdense las palabras del catecismo Ripalda: ‘¿Hay otras libertades perniciosas? Sí señor, la libertad de enseñanza, la libertad de propaganda y de reunión. ¿Por qué son perniciosas esas libertades? Porque sirven para enseñar el error y propagar el vicio’.
Así fue la educación bajo el franquismo. Después de concluida la guerra, en 1943, el ministro de Educación, José Ibáñez Martín, declaraba ante las Cortes que «lo verdaderamente importante desde el punto de vista político es arrancar de la docencia y de la creación científica la neutralidad ideológica y desterrar el laicismo, para formar una nueva juventud, poseída de aquel principio agustiniano de que mucha ciencia no acerca al Ser Supremo». El concordato de 1953 entre el Estado español y el Vaticano confirmó el monopolio católico sobre la educación española. El Estado aseguraba la enseñanza de la religión católica como parte obligatoria de los planes de estudio en todos los centros educativos del país, de cualquier clase y nivel, así como la conformidad de todas las enseñanzas con los principios de la Iglesia católica. Ésta se encargaba de la pureza de la fe, de las buenas costumbres y de la enseñanza de la religión. También podía prohibir y retirar libros, publicaciones y material docente contrarios al dogma y a la moral católica.
Para configurar la educación bajo el franquismo, los maestros republicanos tenían que ser eliminados. Así fue desde el inicio de la guerra. Sabemos que después de la guerra las purgas continuaron de forma masiva. No sólo entre los maestros, claro está. La legislación sobre Responsabilidades Políticas y de Represión de la Masonería y el Comunismo condujo a una depuración muy extensa: Gabriel Jackson ha estimado que el número de muertes de prisioneros republicanos alcanzó las 200.000; existieron, además, muchas otras formas de sanciones políticas, que iban desde purgas profesionales hasta largas condenas de cárcel. Veinte años después de terminada la guerra, la ley de Principios del Movimiento Nacional de 1958 reiteraba los fundamentos de la dictadura y, entre ellos, que la nación era católica y que tan sólo la religión católica podía ser practicada.


María Antonia Iglesias (2006). Maestros de la república: Los otros sentidos, los otros mártires. Madrid, La esfera de los libros.
Narciso de Gabriel y Xosé Manuel Sarille. «Arximiro Rico, luz dos humildes. Vida e morte dun mestre republicano»
Antonio Sánchez Cañadas (2007): Memoria y dignidad. depuración y represión del magisterio almeriense durante la dictadura del general Franco. Editorial Corduba
La Lengua De Las Mariposas es una película del año 1999, dirigida por José Luis Cuerda y interpretada magistral mente por el veterano y ya fallecido Fernando Fernan Gomez.Una gran película para volver a ver una y otra vez.
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